Francescapágina 4 / 8
El desengaño del despertar fue horrible, como es fácil colegir, para la joven desposada; y tanto como engendró desprecio y odio hacia el tirano que así abusara de su buena fe virginal, acreció hasta el amor la simpatía que por el otro había empezado a nacer. Cuánta y cuán atroz diferencia, en efecto, entre la curiosa ansiedad del breve noviazgo, satisfecha hasta el deleite con la presentación del falso prometido; el regocijado orgullo del desposorio, bajo la pompa religiosa y el esplendor mundano que parejamente realzaban la gallardía del caballero; y aquel despertar en los brazos del monstruo, cuya primera mirada de esposo aumentó ya con el ultraje de una desconfianza el cruel imperio de su fatalidad.
Uno, era todo recuerdos de dicha entrevista, de satisfacción juvenil, de belleza inmolada en ternuras; el otro, sólo tiranía del deber antipático, engaño innoble, fealdad cobarde.
No tenía más que un rasgo de grandeza, y era el miedo que inspiraba; miedo que en traílla con el deber, custodiaban su honra como dos mastines.
Francesca empezaba así a encontrar, en el fracaso de la dicha legítima, la dulzura prohibida del infierno.
En su torva primavera, que la rebelión de los cortos años no dejaba cubrirse con nieves de resignación, Paolo era el rayo de sol que recordaba, único, los marchitos pimpollos.
Alejado primero como un peligro, su discreción había vencido las desconfianzas, hasta sustituir con una fraternidad melancólica las repulsiones del mal fingido desdén.
Francesca en su misantropía que la inclinaba a la soledad, después de todo grande en el castillo, no estaba a gusto sino con él; pero sólo se veían a la luz del sol, en tácito convenio de no encontrarse por la noche.
Giovanni, ocupado en estudios tácticos que –Dios nos libre– llenaban sus horas a medias con la magia, nada advertía al parecer; pero los jorobados son tan celosos como perversos; y él, sabiendo que los jóvenes se amaban, divertíase en verlos padecer. Aquel peligroso juego atraíalo como una emoción a la vez lancinante y deliciosa, por más que el fin estuviese previsto como una obra de su puñal.