Francescapágina 3 / 8
Comienza en estos términos, que, como se verá, contradicen a Dante, a Boccaccio y al falso Boccaccio, quienes coinciden en afirmar la consumación del adulterio.
"Jamás hubo otra relación que una exaltada amistad entre Paolo y Francesca. Aun sus manos estuvieron exentas de culpa; y sus labios no tuvieron otra que la de estremecerse y palidecer en la dulce angustia de la pasión inconfesa."
El autor dice haber tenido esta confidencia del marido mismo, cuyo amigo afirma que fue.
Francesca tenía dieciséis años (la historia es conocida) cuando la desposaron con Giovanni Malatesta, como certificación de la paz concluida entre los Polentas de Ravena y los Malatesta de Rimini.
El esposo, contrahecho y feo, envió a su hermano Paolo para que se casara por poder suyo, no atreviéndose a presentarse en persona ante la joven, en previsión de un desengaño fatal y del rechazo consiguiente.
Hallábase Francesca en una ventana del palacio solariego, cuando entró al patio de honor la cabalgata nupcial; y una dama de su séquito, equivocada también, o sobornada quizá por el futuro esposo, señalóle a Paolo como al que iba a ser su efectivo dueño.
De este error provino la tragedia.
Paolo era bello y joven; culto en letras, tanto como valeroso caballero; cortés hasta el rendimiento y alegre hasta la jovialidad; todo lo contrario de su hermano, cuya sombría astucia rayaba en crueldad, y cuya desgracia física había dado en el torvo pesimismo que es patrimonio de los contrahechos con talento.
La joven se desposó, así engañada; y conducida que fue al castillo conyugal, el esposo verdadero pasó con ella la primera noche sin dejarse ver, pues había entrado a la alcoba en la obscuridad.
Creía que, consumado el matrimonio, la altivez de la dama sería la mejor custodia de sus derechos de esposo, y no se equivocaba en ello, por cierto; pero el acto demuestra con claridad, así la violencia de sus pasiones, como el frío cálculo que en satisfacerlas ponía.