La hermosa en el bosque encantadopágina 5 / 10
No sabía que pensar de aquellos contradictorios rumores el príncipe, cuando un labrador muy anciano despegando los labios se expresó en los términos siguientes:
—Mi querido príncipe y señor, hace mas de cincuenta años oí decir a mi padre que moraba en ese castillo la más hermosa princesa que jamás vió el sol, y que en él había de permanecer dormida por espacio de cien años, hasta que viniese á despertarla el hijo de un rey, para cuyo tálamo la guardaba el cielo.
A estas palabras sintió el príncipe circular por todas sus venas una ardorosa llama. Sin que su ánimo vacilase un solo instante, se creyó destinado á dar cima y cumplimiento á tan famosa aventura, y aguijonado por el amor y por un noble y vivísimo deseo de glorioso renombre, sin encomendarse á Dios ni al diablo, resolvió poner manos á la obra en el instante mismo, y averiguar la verdad del caso.
No bien dirigió sus pasos al bosque, cuando los colosales árboles, los espinos y zarzas se hicieron á uno y otro lado para abrirle camino. Fuése directamente al castillo que al extremo de una larga alameda se divisaba, y con no poca sorpresa vió que ninguno de su comitiva había podido seguirle, porque los árboles habian vuelto á juntarse en el mismo instante de haber él pasado. No se empachó por esto, ni se detuvo: á un príncipe jóven y enamorado le sobra siempre audacia. Entró en un gran patio, y era cosa de quedarse helado de espanto ante el espectáculo que se ofreció á su vista. Reinaba un silencio espantoso: todo presentaba la tristísima imágen de la muerte; no se veian más que cuerpos de hombres y animales tendidos por el suelo como cadáveres. Sin embargo, por las granujientas narices y sonrosados mofletes de los porteros conoció que solo estaban dormidos; y algunas gotas de vino que en el fondo de sus copas se conservaban todavia, daban claras señales de haberles cogido el sueño empinando el codo.