El caballito incansablepágina 1 / 5
Dicen los que saben, que después del gran triunfo que el general don Manuel Belgrano obtuvo sobre los realistas en la memorable batalla de Salta, necesitó un mensajero que trajera a la ciudad de Buenos Aires la extraordinaria noticia de la gloriosa victoria.
En el ejército de Belgrano había muy buenos jinetes, ya que estaba formado en su mayoría por gauchos que, como es sabido, son los más diestros domadores de caballos del mundo entero.
Belgrano hizo formar a los hombres que juzgaba más aptos para tan delicada empresa y ordenó dieran un paso adelante los que se sintieran capaces de tan enorme y loable esfuerzo.
Mis queridos soldados -dijo el general.- ¡Necesito un chasqui que lleve a la capital mi parte de batalla! ¡El hombre que se arriesgue a tan dura prueba, ya que deberá recorrer miles de kilómetros, debe tener presente que no descansará ni un minuto durante el viaje y que sólo hallará reposo una vez entregado el documento! ¿Quién se anima?
¡Ni uno de los soldados se quedó quieto! Todos dieron un paso adelante en espera, cada uno, de ser elegido por el general.
Belgrano, orgulloso de la valiente actitud de sus hombres, paseó la mirada por la larga fila de caras nobles y curtidas y y titubeó en la elección, ya que todos le parecían capaces de afrontar la peligrosa marcha.
En un extremo de la fila estaba rígido y pálido, un joven moreno, que miraba a su jefe con ojos ansiosos, como anhelando que se fijara en él.
Belgrano aun no había decidido, cuando el muchacho, impulsado por sus deseos, se adelantó hacia el general y cuadrándose a pocos pasos de éste, te dijo con voz serena pero conmovida:
¡Señor! ¡Yo quisiera llevar ese parte!
¿Te atreves? ¡Es muy largo el camino! -respondió el héroe.