Las rosas florecieron aquel año en todo su esplendor; la niña había aprendido un salmo que hacía referencia a las rosas y que le hacía pensar en las suyas cada vez que lo canataba; se lo enseñó a su amigo y los dos cantaron juntos:
Las rosas en el valle crecen,
el Niño Jesús les habla
y ellas al viento se mecen
Los niños se cogían de la mano, besaban los capullos acariciados por la luz pura del sol de Dios y les hablaban como si el Niño Jesús hubiera estado allí. ¡Qué maravillosos, aquellos días de verano! ¡Qué delicia estar junto a los hermosos rosales que parecían no cansarse nunca de dar flores!
Kay y Greda estaban sentados, mirando un álbum de animales y pájaron... sonaron las cinco en el reloj del campanario... de repente Kay exclamó:
- ¡Ay, me ha dado un pinchazo el corazón! ¡Y algo me ha entrado en el ojo!
La pequeña Greda tomó entre sus manos la cabeza da Kay; él parpadeó; no, no se veía nada.
- Me parece que ya ha salido - dijo Kay.
Pero no, no había salido. Era precisamente una mota de polvo e cristal procedente del espejo; lo recordáis ¿verdad? El espejo del duende, el horrible espejo que hacía pequeño y feo todo lo que era bueno y hermoso, mientars que lo bajo y lo vil, cualquier defecto por pequeño que fuera, lo agrandaba de inmediato. Al pobre Kay se le había clavado una esquirla de cristal en su corazón, que pronto se convertiría en un bloque de hielo. No sentía ya ningún dolor, pero el cristal seguía allí.
- ¿Por que lloras? - Preguntó Kay a su amiguita- Estás muy fea cuando lloras. ¡Bah! ¡Mira: esa rosa está comida por un gusano y aquella otra crece torcida! ¡Son feas, tan feas como el cajón en el que crecen!