Riquete, él del copetepágina 3 / 7
Os agradezco tan gentiles palabras Señor- le respondió la princesa. La hermosura– prosiguió Riquete el del Copete-, es un don que hay que agradecer cuando se posee, y teniéndola, no creo que haya nada que pueda afligirnos durante mucho tiempo. A mí me gustaría –dijo la princesa-, ser tan fea como vos y poseer vuestra inteligencia e ingenio, a ser tan bella como soy y tan tonta. No hay nada, Señora, que indique por adelantado quien es inteligente o quien no, y aquel que es más inteligente cree que no lo es. Yo ignoro todas esas sutilezas –declaró la princesa-, pero sé bien que soy muy tonta, y es de ahí de donde viene la pena que me mata. Si no es más que esto, Señora, lo que os aflige, puedo terminar con vuestro dolor. ¿Y como lo haréis? –quiso saber la princesa. Tengo el poder, Señora –dijo Riquete el del Copete-,de conceder la inteligencia a aquella a quien ame, y como vos sois, Señora, esa persona, tendréis toda la inteligencia que deseéis, si aceptáis el casaros conmigo. La princesa se quedó muy confusa, y nada respondió. Ya veo –repuso Riquete el del Copete-, que esta proposición os ha entristecido, y no me sorprende, pero os doy un año entero para pensároslo. La princesa era tan poco inteligente y al mismo tiempo tenía tantas ganas de serlo, que se imaginó que el fin de ese año no llegaría jamás, de suerte que aceptó la proposición que se le hacía. Apenas le había prometido a Riquete el del Copete, que se casaría con él dentro de un año en ese mismo día, que sintióse otra muy diferente a la cual había sido antes pues se halló con una facilidad increíble para decir todo aquello que deseaba, expresándolo de una manera ingeniosa, fácil y natural. Entonces, comenzó desde este momento una conversación galante y sostenida en la que brilló con tal donaire, que Riquete el del Copete, creyó haberle otorgado más inteligencia de la que él tenía. Cuando la princesa volvió a palacio, toda la corte no sabía que pensar de un cambio tan súbito y tan extraordinario, pues estaban acostumbrados a escucharle decir impertinencias y boberías y ahora la oían decir cosas sensatas e infinitamente inteligentes.
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