La reina de las abejaspágina 2 / 3
Por la mañana se presentó el anciano al mayor de los hermanos y mandándole por señas que le siguiera, le condujo delante de una mesa de piedra, en la que estaban escritas las tres pruebas que era necesario hacer para desencantar el castillo. Consistía la primera en buscar en el musgo, en medio de los bosques, las mil perlas de la princesa que estaban allí sembradas; y si el que las buscaba no las había encontrado todas antes de ponerse el sol sería convertido en piedra. El hermano mayor pasó todo el día buscando las perlas; pero, cuando llegó la noche, apenas había encontrado ciento, y fue convertido en piedra como estaba escrito en la mesa. El hermano segundo acometió la aventura al día siguiente, pero no fue más afortunado que su hermano mayor; apenas encontró doscientas perlas y fue convertido en piedra. Llegó por último su vez al tercero, que era el Simple. Comenzó a buscar las perlas en el musgo; pero como esto era muy difícil y muy largo, se sentó en una piedra y se puso, a llorar. Hallábase en esta situación, cuando el rey de las hormigas a quien había salvado la vida llegó con cinco mil de sus súbditos, y estos pequeños animales no necesitaron más que un instante para encontrar todas las perlas y reunirlas en un montón. La segunda prueba consistía en sacar la llave del dormitorio de la princesa, que estaba en el fondo del lago. Cuando se acercó el joven, los patos, a quienes habla salvado, salieron a su encuentro, se sumergieron en el agua y le llevaron la llave. Pero la tercera prueba era la más difícil; consistía en saber cuál era la más joven y la más hermosa de las tres princesas dormidas. Las tres se parecían completamente y la única cosa que las distinguía era que antes de dormirse la mayor había comido un terrón de azúcar, mientras que la segunda había bebido un sorbo de almíbar, y la tercera había tomado una cucharada de miel. Pero la reina de las abejas, a quien había salvado el joven del fuego, vino en su socorro; fue a oler la boca de las tres princesas, y se quedó parada en los labios de la que había comido la miel; el príncipe la reconoció así.
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