Pulgarcitopágina 1 / 6
Por los Hermanos Grimm
Érase un pobre campesino que estaba una noche junto al hogar atizando el fuego, mientras su mujer hilaba, sentada a su lado. Dijo el hombre: ¡Qué triste es no tener hijos! ¡Qué silencio en esta casa, mientras en las otras todo es ruido y alegría! Hermanita, tengo sed; si supiera de una fuentecilla iría a beber. Me parece que oigo el murmullo de una. ¡No bebas, hermanito, te lo ruego; si lo haces te convertirás en tigre y me despedazarás! Es tal como lo habíamos deseado, y lo querremos con toda el alma. ¡No bebas, hermanito, te lo ruego; si lo haces te convertirás en lobo y me devorarás! Un día en que el leñador se disponía a ir al bosque a buscar leña, dijo para sí, hablando a media voz: «¡Si tuviese a alguien para llevarme el carro!». ¡Hermanito, te lo ruego, no bebas, pues si lo haces te convertirás en corzo y huirás de mi lado! ¡Tranquilízate, mi lindo corzo; nunca te abandonaré! ¡Hermanita -dijo-, déjame ir a la cacería, no puedo contenerme más! Y tanto porfió, que, al fin, ella le dejó partir. Pero -le recomendó- vuelve en cuanto anochezca. Yo cerraré la puerta para que no entren esos cazadores tan rudos. Y para que pueda conocerte, tú llamarás, y dirás: «¡Hermanita, déjame entrar!». Si no lo dices, no abriré. No importa, padre. Sólo con que madre enganche, yo me instalaré en la oreja del caballo y lo conduciré adonde tú quieras. ¡Hermanita, ábreme, quiero volver a salir! Cuando sonó la hora convenida, la madre enganchó el caballo y puso a Pulgarcito en su oreja; y así iba el pequeño dando órdenes al animal: «¡Arre! ¡Soo! ¡Tras!». Todo marchó a pedir de boca, como si el pequeño hubiese sido un carretero consumado, y el carro tomó el camino del bosque. Pero he aquí que cuando, al doblar la esquina, el rapazuelo gritó: «¡Arre, arre!», acertaban a pasar dos forasteros. Pero la hermanita tuvo un gran susto al ver que su cervatillo venía herido. Le restañó la sangre, le aplicó unas hierbas medicinales y le dijo: ¡Aquí hay algún misterio! asintió el otro.