Los dos hermanitospágina 3 / 3
Cuando el Rey y sus cazadores vieron de nuevo el corzo del collar dorado, pusiéronse a acosarlo todos en tropel, pero el animal era demasiado veloz para ellos. La persecución se prolongó durante toda la jornada, y, al fin, hacia el atardecer, lograron rodearlo, y uno de los monteros lo hirió levemente en una pata, por lo que él tuvo que escapar cojeando y sin apenas poder correr. Un cazador lo siguió hasta la casita y lo oyó que gritaba: ¡Hermanita, déjame entrar! Vio entonces cómo se abría la puerta y volvía a cerrarse inmediatamente. El cazador tomó buena nota y corrió a contar al Rey lo que había oído y visto; a lo que el Rey respondió: ¡Mañana volveremos a la caza! Acuéstate, corzo mío querido, hasta que estés curado. Pero la herida era tan leve que a la mañana no quedaba ya rastro de ella; así que en cuanto volvió a resonar el estrépito de la cacería, dijo: No puedo resistirlo; es preciso que vaya. ¡No me cogerán tan fácilmente! La hermanita, llorando, le reconvino: Te matarán, y yo me quedaré sola en el bosque, abandonada del mundo entero. ¡Vaya, que no te suelto! La hermanita, incapaz de resistir a sus ruegos, le abrió la puerta con el corazón oprimido, y el animalito se precipitó en el bosque, completamente sano y contento. Al verlo el Rey, dijo a sus cazadores: Cuando ya el sol se hubo puesto, el Rey llamó al cazador y le dijo: Ahora vas a acompañarme a la casita del bosque. Al llegar ante la puerta, llamó con estas palabras: ¡Hermanita querida, déjame entrar!
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