El rey Pico de Tordopágina 2 / 4
- Juré casarte con el primer mendigo que se presentara, y voy a cumplir mi juramento. No valieron súplicas; fue llamado el cura.
Pasaron luego por un prado, y ella volvió a preguntar:
- ¿De quién es este grande y verde prado? - Del rey «Pico de tordo», a quien has despreciado. Si lo hubieses querido, ahora tuyo sería.
- ¡Ay, desdichada de mí! ¿Por qué a «Pico de tordo» no le dije que sí?».
Y al llegar a una gran ciudad, preguntó ella de nuevo:
- ¿De quién es esta ciudad tan bella y populosa? - Del rey «Pico de tordo, que te pidió por esposa.
Si lo hubieses querido, ahora tuya sería.
- ¡Ay, desdichada de mí! ¿Por qué a «Pico de tordo» no le dije que sí?».
- ¡Basta! - dijo en esto el mendigo.
- No me gusta que estés siempre deseando a otro hombre. ¿No soy yo bastante para ti?
Al fin, llegaron a una casa pequeñísima. Y ella preguntó: «¡Santo Dios, vaya casita extraña! ¿De quién puede ser esta cabaña?».
Respondió el músico: - Es mi casa y la tuya, donde viviremos.
La princesa hubo de inclinarse para franquear la puerta, tan baja era.
- ¿Dónde están los criados? - preguntó ella.
- ¿Criados? - replicóle el mendigo.
- Tendrás que hacer tú lo que quisieras que te hiciesen. Enciende fuego enseguida, pon agua a calentar y prepara la comida. Yo estoy cansado.
Pero la hija del Rey no entendía de cocina, ni sabía cómo encender fuego, y el mendigo no tuvo más remedio que intervenir para que las cosas saliesen medio bien. Después de su parca comida fuéronse a dormir, y, por la mañana, él la obligó a levantarse muy temprano, pues debía atender a los quehaceres de la casa. Así vivieron unos días, consumiendo todas sus provisiones, y entonces, dijo el hombre:
Mujer, gastar y no ganar nada, no puede ser. Tendrás que trenzar cestas.
Salió el hombre a cortar mimbres y los trajo a casa. La joven empezó a trenzarlos, pero eran duros y le lastimaban las delicadas manos.