Aurore y Aiméepágina 4 / 7
-Señor, -le dijo a Ingénu- si lo que me dice es cierto, vaya a ver a mi madre, que es una pastora; vive en aquella casita que se ve allá a lo lejos; si ella acepta que sea mi esposo, yo lo aceptaré también, pues es tan prudente y razonable que no la desobedezco jamás.
-Hermosa mía -contestó Ingénu -iré con mucho gusto a solicitarla a su madre; pero yo no quisiera que se casara conmigo en contra de su voluntad; es posible que si ella acepta que sea mi esposa, eso le cause pesar, y yo preferiría morirme antes que causarle alguna pena.
-Un hombre que piensa así tiene virtudes, -dijo Aurore-, y una joven no puede ser desgraciada con un hombre virtuoso.
Ingénu dejó a Aurore y fue a buscar a la pastora, que conocía sus virtudes y aceptó de buen grado aquel matrimonio. Él prometió regresar al cabo de tres días para ver a Aurore con ella, y se marchó como el hombre más feliz del mundo, después de haberle dado su anillo como señal de compromiso. Mientras tanto, Aurore tenía gran impaciencia por volver a la casita; Ingénu le había parecido tan amable que temía que aquella a quien llamaba madre lo hubiera rechazado, pero la pastora le dijo:
-No he aceptado su boda con él porque Ingénu sea príncipe, sino porque es el hombre más honesto del mundo.
Aurore esperaba con algo de inquietud el regreso del príncipe; pero el segundo día después de su marcha, cuando conducía su rebaño, se cayó con tan mala fortuna sobre un espino que se arañó toda la cara. Rápidamente se miró en el arroyo y se asustó, pues la sangre le corría por todas partes.
-¡Qué desgraciada soy! -le dijo a la pastora cuando regresó a la casa-; Ingénu vendrá mañana por la mañana y me encontrará tan horrible que ya no me querrá.
La pastora le dijo sonriendo:
-Si el buen Dios ha permitido que se cayera, es sin duda por su bien; pues usted sabe que Él la ama y sabe mejor que usted lo que es bueno.
Aurore reconoció su falta, pues es falta murmurar contra la Providencia, y se dijo a sí misma: «Si el príncipe Ingénu no quiere casarse conmigo porque ya no soy bella, es sin duda porque no habría sido feliz con él.» Mientras tanto, la pastora le lavó la cara y le retiró numerosas espinas que se le habían quedado clavadas. A la mañana siguiente, Aurore estaba horrible pues su rostro estaba tremendamente hinchado y no se le veían los ojos. Hacia las diez de la mañana, se oyó una carroza detenerse ante la puerta; pero en lugar de Ingénu, vieron descender de ella al rey Fourbin: uno de los cortesanos que había estado de caza con el príncipe, le había dicho al rey que su hermano había encontrado la joven más bella del mundo y quería casarse con ella.