Amapolapágina 2 / 2
—Corre el pestillo, y se abrirá el portillo.
El Lobo corrió el pestillo, y se abrió el postigo de par en par. Como hacia tres dias y tres noches que su mercé estaba a diente como haca de bulero, cate V., que sin decir esta boca es mia, se arroja de sopeton sobre la pobre vejezuela, y en un santiamen la devoró.
En seguida cierra la puerta y se acuesta en la cama de la abuela, esperando á Amapola, que no tardó en llamar. Tras, tras.
—¿Quién?
Amapola al oir la bronca voz del Lobo, de pronto se asustó; pero creyendo que era que su abuela estaba constipada, dijo:
—Soy yo, soy Amapola. Abre, abuelita, que de parte de mi madre te traigo una torta y un tarrito de manteca.
El Lobo, procurando suavizar el sonido de sus palabras, dijo á su vez:
—Corre el pestillo, y se abrirá el portillo.
Amapola corrió el pestillo, y se abrió el postigo de par en par.
El Lobo, no bien la vió entrar, muy arrebujado con la ropa de la cama, le dijo:
—Mira, pon la torta y el tarrito de manteca dentro la artesa, y ven á acostarte.
Amapola se desnuda, y se mete en la cama; pero ¡válame Dios, cuán grande fué su asombro al ver la facha de su abuela en porreta!
—Abuelita, dijo: tienes unos brazos muy grandes.
—Son para abrazarte mejor, hija mia.
—Abuelita, tienes unas piernas muy grandes.
—Son para correr mejor, hija mia.
—Abuelita, tienes unas orejas muy grandes.
—Son para oir mejor, hija mia.
—Abuelita, tienes unos ojos muy grandes.
—Son para ver mejor, hija mia.
—Abuelita, tienes unos dientes muy grandes.
—Son para comerte.
Dicho y hecho. El pícaro Lobo se arroja sobre infeliz Amapola, y ¡zás! se la comió.