La reina y la campesinapágina 1 / 4
Erase una viuda, madre de dos hijas: la mayor se llamaba Blanca, la menor Colorada. Un dia que la buena mujer esaba hilando sentada en el umbral de la puerta, vió pasar una pobre vieja que caminaba con dificultad, apoyada en un palo.
—Debe de estar V. muy fatigada, dijo la viuda; descanse V. un ratito.
Y dirigiéndose sus hijas les mandó traer una silla.
Levantáronse las dos, pero Colorada anduvo más lista que su hermana, y trajo la silla.
—¿Quiere V. refrescar ó tomar un bocadito? añadió la madre.
—De mil amores, contestó la pobre vieja.
La viuda mandó á Blanca que fuese al instante á coger ciruelas de un ciruelo que la misma niña habia plantado. Blanca obedeció refunfuñando, y ofreció las ciruelas de muy mala gana.
—Y tú. Colorada, dijo la viuda, ¿nada tienes que ofrecerle á esa buena señora?
—Las uvas no están en sazon, contestó la muchacha; pero calla, que oigo cacarear mi gallina, y sin duda ha puesto un huevo.
Y sin decir mas palabra fué corriendo por el huevo; pero al tiempo de ofrecérselo á la vieja, vió en su lugar á una hermosa dama, que dijo á la madre:
—Soy el hada Dadivosa y quiero premiar á tus hijas segun sus merecimientos. La mayor será una gran reina, y la menor una labradora.
En seguida tocó con su varilla la casa, y quedó trasformada en una deliciosa granja.
—Hé aquí tu parte, dijo á Colorada. A cada una de vosotras concedo lo que ha de ser más de su agrado.
Así dijo, y desapareció.
La viuda y sus hijas entraron en la granja y quedaron encantadas de todo cuanto se les presentó á la vista. Las sillas eran de palo, pero limpias como una plata. Las camas blancas como la nieve. Encontraron en los establos veinte carneros y otras tantas ovejas, cuatro bueyes y cuatro vacas. El patio parecia el arca de Noé; allí de gallinas, de patos, de pichones, de todo cuanto Dios crió. Vieron luego un hermoso jardin cargado de flores y de frutas.