El Escarabajopágina 4 / 8
-Le presentaremos a nuestros hijitos -dijeron otras dos madres-. ¡Son lindísimos, y tan graciosos! Y se portan como unos angelitos, a no ser que les duela la barriga, pero a su edad ya se sabe.
Y a continuación cada una de las madres se puso a hablar de sus hijos, mientras éstos charlaban entre sí, y con las pinzas de la cola se dedicaban a pellizcar las antenas del escarabajo.
-¡Qué traviesos! ¡No dejan a uno en paz! -exclamaban las madres, y no cabían en sí de orgullo maternal. Pero al escarabajo le disgustaba aquella familiaridad, y preguntó si por casualidad no había un estercolero por las inmediaciones.
-¡Uf! Está lejos, muy lejos, del otro lado de aquel foso -dijo una tijereta-. Tan lejos, que espero que a ninguno de mis hijos se le ocurrirá ir nunca hasta allí. Me moriría de angustia.
-Voy a ver si lo encuentro -contestó el escarabajo, y se marchó sin despedirse. Es lo más distinguido.
En la zanja se encontró con varios individuos de su especie, es decir, escarabajos peloteros.
-Vivimos aquí -dijeron-. Estamos muy bien. ¿Sería tomarnos excesiva libertad invitarlo a nuestro substancioso fango? De seguro que estará fatigado del viaje.
-Lo estoy, en efecto -respondió el recién llegado-. La lluvia me obligó a refugiarme en una sábana recién lavada, y la limpieza siempre me ha dado escalofríos. Luego he cogido reuma en un ala, mientras me cobijaba bajo un casco de maceta abarrotado de gente. Es un verdadero alivio encontrarse de nuevo entre paisanos.
-¿Viene acaso del estercolero? -preguntó el más viejo.
-¡De mucho más alto! -repuso el escarabajo-. Vengo de la cuadra del Emperador, donde nací con herraduras de oro. Viajo en misión secreta, y así les ruego que no me pregunten, pues no les diré nada.
Con ello nuestro escarabajo bajó al lodo, donde había tres señoritas de la familia que lo recibieron con risitas ahogadas, porque no sabían qué decir.
-Es usted aún soltero -observó la madre, a lo cual las jovencitas volvieron con sus risitas, pero esta vez muy turbadas.