El cerro de los elfospágina 4 / 7
¿Esto es una colina? -preguntó el menor, señalando el cerro de los elfos-. En Noruega lo llamaríamos un agujero.
-¡Muchachos! -les riñó el viejo-. Un agujero va para dentro, y una colina va para arriba. ¿No tienen ojos en la cabeza?
Lo único que les causaba asombro, dijeron, era que comprendían la lengua de los otros sin dificultad.
-¡Es para creer que les falta algún tornillo! -refunfuñó el viejo. Entraron luego en la mansión de los elfos, donde se había reunido la flor y nata de la sociedad, aunque de manera tan precipitada, que se hubiera dicho que el viento los habla arremolinado; y para todos estaban las cosas primorosamente dispuestas. Las ondinas se sentaban a la mesa sobre grandes patines acuáticos, y afirmaban que se sentían como en su casa. En la mesa todos observaron la máxima corrección, excepto los dos duendecitos nórdicos, los cuales llegaron hasta poner las piernas encima. Pero estaban persuadidos de que a ellos todo les estaba bien.
-¡Fuera los pies del plato! -les gritó el viejo duende, y ellos obedecieron, aunque a regañadientes. A sus damas respectivas les hicieron cosquillas con piñas de abeto que llevaban en el bolsillo; luego se quitaron las botas para estar más cómodos y se las dieron a guardar. Pero el padre, el viejo duende de Dovre, era realmente muy distinto.
Supo contar bellas historias de los altivos acantilados nórdicos y de las cataratas que se precipitan espumeantes con un estruendo comparable al del trueno y al sonido del órgano; y habló del salmón que salta avanzando a contracorriente cuando el Nöck toca su arpa de oro. Les habló de las luminosas noches de invierno, cuando suenan los cascabeles de los trineos, y los mozos corren con antorchas encendidas por el liso hielo, tan transparente, que pueden ver los peces nadando asustados bajo sus pies. Sí, sabía contar con arte tal, que uno creía ver y oír lo que describía. Se oía el ruido de los aserraderos y los cantos de los mozos y las rapazas mientras bailaban las danzas del país. ¡Ohó! De pronto, el viejo duende dio un sonoro beso a la vieja señorita elfa. Fue un beso con todas las de la ley, y eso que no eran parientes.