Dos pisonespágina 2 / 2
¡Jamás! Soy demasiado vieja para eso -dijo la mayor.
-Seguramente usted ignora eso que se llama «necesidad europea» -intervino el honrado y viejo cubo-. Hay que mantenerse dentro de sus límites, supeditarse, adaptarse a las exigencias de la época, y si sale una ley por la cual la pisona debe llamarse apisonadora, pues a llamarse apisonadora tocan. Cada cosa tiene su medida.
-En tal caso preferiría llamarme señorita, si es que de todos modos he de cambiar de nombre -dijo la joven-. Señorita sabe siempre un poco a pisona.
-Pues yo antes me dejaré reducir a astillas -proclamó la vieja. En esto llegó la hora de ir al trabajo; las pisonas fueron cargadas en la carretilla, lo cual suponía una atención; pero las llamaron apisonadoras.
-¡Pis! -exclamaban al golpear sobre el pavimento-, ¡pis!
Y estaban a punto de acabar de pronunciar la palabra «pisona», pero se mordían los labios y se tragaban el vocablo, pues se daban cuenta de que no podían contestar. Pero entre ellas siguieron llamándose pisonas, alabando los viejos tiempos en que cada cosa era llamada por su nombre, y cuando una era pisona la llamaban pisona; y en eso quedaron las dos, pues el martinete, aquella maquinaza, rompió su compromiso con la joven, negándose a casarse con una apisonadora.