El chelín de platapágina 2 / 4
«Siempre es interesante ver el mundo -pensó el chelín-, conocer a otras gentes, otras costumbres».
¿Qué moneda es ésta? -exclamó alguien-. No es del país. Debe ser falsa, no vale.
Y aquí empieza la historia del chelín, tal y como él la contó más tarde.
-¡Falso! ¡Que no valgo! Aquello me hirió hasta lo más profundo -dijo el chelín-. Sabía que era de buena plata, que tenía buen sonido, y el cuño auténtico.
«Esta gente se equivoca -pensé- o tal vez no hablan de mí». Pero sí, a mí se referían: me llamaban falso e inútil. «Habrá que pasarlo a oscuras», dijo el hombre que me había encontrado; y me pasaron en la oscuridad, y a la luz del día volví a oír pestes: «¡Falso, no vale! Tendremos que arreglarnos para sacárnoslo de encima».
Y el chelín temblaba entre los dedos cada vez que lo colaban disimuladamente, haciéndolo pasar por moneda del país.
-¡Mísero de mí! ¿De qué me sirve mi plata, mi valor, mi cuño, si nadie los estima? Para el mundo nada vale lo que uno posee, sino sólo la opinión que los demás se han formado de ti. Debe ser terrible tener la conciencia cargada, haber de deslizarse por caminos tortuosos, cuando yo, que soy inocente, sufro tanto sólo porque tengo las apariencias en contra. Cada vez que me sacaban, sentía pavor de los ojos que iban a verme. Sabía que me rechazarían, que me tirarían sobre la mesa, como si fuese mentira y engaño.
Una vez fui a parar a manos de una mujer vieja y pobre, en pago de su duro trabajo del día; y ella no encontraba medio de sacudírseme; nadie quería aceptarme, era una verdadera desgracia para la pobre.
-No tengo más remedio que colarlo a alguien -decía-; no puedo permitirme el lujo de guardar un chelín falso. El rico panadero se lo tragará; no le hace tanta falta como a mí; pero, sea como fuere, es una mala acción de mi parte.
-¡Vaya! ¡Encima voy a ser una carga sobre la conciencia de esta vieja! -suspiró el chelín-. ¿Tanto he cambiado en estos últimos tiempos?